De confianza en la gente, seguridad y cariño por las cosas materiales

Siempre tiendo a pensar lo mejor de la gente. Con esto no quiero decir que no conozca personas envidiosas, falsas y rastreras. Sin embargo, la «gente», como colectivo, me inspira confianza.

El transporte público es uno de los lugares en los que esta confianza se ve reafirmada. El extraño que te ofrece un caramelo tras presenciar tu ataque de tos, la trabajadora que regala la coca-cola de su almuerzo a una chica mareada, el inmigrante que ayuda a una señora mayor a sentarse y levantarse… son sólo algunas de las pequeñas anécdotas que he presenciado a lo largo de los años. Por supuesto, también he sido testigo de multitud de actitudes que denotaban una gran falta de educación, pero, quizá por mi forma optimista de ver la vida, he preferido retener las primeras en mi memoria.

Además, ir por el mundo con desconfianza genera malestar y miedo. Por ello, no suelo pensar que la gente me va a engañar, se va a aprovechar de mí… a la primera de cambio. En definitiva, no les trato como al enemigo, al menos hasta que no me den razones para hacerlo.

Vivimos en un país seguro, salvo algunas zonas muy concretas y, pese a la realidad que nos intentan vender ciertos medios de comunicación de corte sensacionalista, se puede andar por la mayoría de las calles a cualquier hora del día sin correr peligro.

No obstante, en los últimos tiempos, mi confianza innata y mi sensación de seguridad se han visto amenazadas. Hará un par de años descubrí que habían abierto mi coche para robar el reproductor de música. El aparato tenía una carcasa que podías quitar, aunque, como no funcionaba bien (sólo se oía la radio) y costaba mucho encajarlo, solía dejarla puesta. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que habían forzado la puerta del copiloto para sustraer el estropeado radiocasete, que, desde hace unos meses, tenía un CD de Operación Triunfo atascado en su interior. Visto con perspectiva, no fue ninguna tragedia, ya que no rompieron nada para acceder, pero, en ese momento, me llevé un gran disgusto, porque sentí que habían profanado algo que era mío.

Ayer volví a experimentar esa sensación cuando, nada más entrar a un bar, noté que mi bolso estaba abierto y faltaban la cartera y el teléfono móvil. Afortunadamente, el monedero sólo contenía dinero en efectivo. Sin embargo, en el caso del móvil el asunto es bastante más peliagudo. Para empezar, significa perder todos los contactos de la agenda, los mensajes que archivas por su relación con instantes importantes de tu vida, tus fotos…

En este caso, entran en juego dos factores: la dependencia de cada uno hacia la tecnología, que no analizaré en este post, porque podría suscitar un largo debate; y el afecto hacia los objetos materiales. Este segundo factor es algo que tengo muy desarrollado. En casa siempre hemos tratado de forma impecable todas nuestras pertenencias. Así, a muchos de los objetos que me rodean (ciertas prendas de ropa, ordenador, coche, móvil…) les he cogido un gran cariño, quizá más del que le tenga a algunas de las personas de mi entorno, lo que provoca una mayor sensación de rabia al perderlos de forma injusta.

No quisiera que estos hechos afecten a mi confianza en la gente. No obstante, ojalá a los ladrones les parta un rayo. Y es que, así como mi fe en la humanidad está muy arraigada, el principio de poner la otra mejilla no he llegado a entenderlo.

4 comentarios en “De confianza en la gente, seguridad y cariño por las cosas materiales

  1. Nahia de verdad te han robado??? Si es que la gente es mala!!!!! Nada de confiar, odio a la gente!!!!! jejeje
    Bueno yo ya te daré mi número….

  2. ¡Qué faena! Más que por lo económico por el mal cuerpo que se te queda. Afortunadamente a mí hace mucho tiempo que no me roban nada, pero en general, tiendo a pensar que la gente es buena… Muchas veces me acuerdo de la historia del coche con la cinta de «Operación Triundo». El ladrón debió quedarse a cuadros, jejeje…

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