Las faltas ortográficas y gramaticales cada vez son más comunes y lo peor es que comienzan a no estar tan mal consideradas como debieran por parte de un gran sector de la sociedad.
B donde iría V, J en lugar de G y qué decir de la pobre H que, como es muda, nadie se molesta en escribirla. Además, tenemos tildes que no aparecen (aviso para navegantes, las mayúsculas también las llevan), comas que separan el sujeto y el verbo, conjugaciones imposibles y un uso abusivo de las citadas mayúsculas (los días de la semana, meses y estaciones van con minúsculas).
Esto ocurre en un país en el que, en 2011, 1,44 millones de alumnos se matricularon en la universidad y cuya tasa de graduados es superior a la media de la Unión Europea, por delante de Francia y Alemania. Ya en 2007, un 29% de la población de entre 25 y 64 años acreditaba un título universitario.
Sin embargo, algunos de esos mismos titulados escriben lindezas del tipo «con tigo» y «con migo» (¿qué pensarán que significan «tigo» y «migo»?), «aprobechar», «hechar de menos» y «haber si nos vemos». Y se quedan tan anchos.
Las siguientes imágenes ilustran otros ejemplos que he ido encontrando.
Es especialmente preocupante leer estas barbaridades cuando son redactadas por periodistas y docentes. Los primeros han de ser ejemplo de una escritura impecable, pero, frecuentemente, las prisas de las redacciones digitales impiden que los textos se repasen adecuadamente. En cuanto a los segundos, si ellos no dominan las normas ortográficas y gramaticales me pregunto qué transmitirán a sus pobres alumnos.
A todos nos surgen dudas sobre la forma correcta de escribir una palabra y, a veces, cometemos errores. No obstante, se debe recordar que existe una Real Academia de la Lengua Española encargada de resolver este tipo de cuestiones. De no consultarla, estaremos repitiendo actitudes como las que describía, ya en 2010, en el post «Incultos y orgullosos» y provocaremos dolor de ojos a nuestros desdichados lectores.