Mi primera visita a tierras extremeñas ha estado pasada por agua, pero eso no nos ha impedido disfrutar de sus ciudades, sus tradiciones y su gastronomía.
Comenzamos el recorrido con dos localidades de aire muy medieval.
Cáceres
Un casco histórico con murallas, torres, palacios, iglesias, conventos, una judería y un impresionante aljibe. ¿Cómo abordar todo en medio día? Siendo muy selectivos y siguiendo las instrucciones del amable personal de la oficina turística, que elaboró un itinerario con los imprescindibles.
Partimos de la Plaza Mayor, que es preciosa, y subimos a la Torre de Bujaco para admirar las vistas y sentirnos centinelas.
Pasamos bajo el Arco de la Estrella y nos encaminamos al Palacio de Carvajal, cuyo interior alberga un jardín con mucho encanto.
Entramos en la Concatedral de Santa María y llegamos a la Plaza de San Jorge y de ahí al Palacio de las Veletas, actual Museo de Cáceres, en cuyo sótano encontramos un aljibe, construido por los árabes entre los siglos X y XI para almacenar el agua de lluvia, y conservado en perfecto estado.
Paseamos por la Judería y degustamos unas migas extremeñas.
¿Lo mejor? Sus mil y una calles y callejuelas en las que perderte.
Trujillo
Una enorme estatua de Franciso Pizarro destaca en la Plaza Mayor y desde ahí subimos por su casco histórico, tan bonito de día como de noche, a comprar patatera, un embutido típico extremeño que me ha ganado como adepta.
Las huellas de personajes como el mencionado Pizarro y Francisco de Orellana se dejan notar.
Todo tiene encanto, pero, especialmente, el castillo y sus magníficos alrededores.
Tuvimos la inmensa suerte de que la lluvia nos respetó el rato en el que las cofradías, con sus impresionantes pasos, recorrían el pueblo.